martes, 24 de abril de 2012

Tics


¿Qué son los tics?

Uno de los trastornos infantiles y de la adolescencia son los tics, movimientos o vocalizaciones que se producen de forma súbita y recurrente, sin ser rítmicos ni tener ningún tipo de propósito.

Por su naturaleza, los tics pueden ser motores o fónicos. Los tics motores se caracterizan por movimientos o contracciones musculares, mientras que los tics fónicos son aquellos que ocasionan vocalizaciones, gritos, gruñidos o sonidos guturales. Ambos pueden ser simples o complejos:

  • Tics motores simples: Movimientos aislados, bruscos y breves, como por ejemplo, el parpadeo exagerado o las muecas faciales involuntarias.
  • Tics motores complejos: Movimientos coordinados y complicados que parece que tengan el propósito de realizar una acción, aunque no es así.
  • Tics fónicos simples: Ruidos y sonidos primitivos, como aspirar por la nariz, o aclararse la garganta.
  • Tics fónicos complejos: Emisión involuntaria de palabras o fragmentos de palabras.

Aunque el origen cierto de los tics no se ha podido determinar, existen varias hipótesis al respecto, como el exceso de dopamina en el organismo, o hipersensibilidad a ella, funcionamiento defectuoso de los ganglios basales del cerebro o malfuncionamiento en la transmisión nerviosa. Hay hipótesis que apuntan a un factor genético en la aparición de los tics, ya que el hecho de que exista una mayor prevalencia en niños que en niñas, parece atribuir cierto papel a la testosterona.

Sobre las causas psicológicas se tienen más certezas y se atribuyen los tics al contexto y a factores de aprendizaje. Los tics se preceden generalmente de una sensación de necesidad de realizar el movimiento que genera tensión psíquica en el individuo y que sólo se alivia al manifestar el tic. Se pueden suprimir de manera voluntaria, pero a costa de un gran desgaste de energía interna y provocando una gran tensión e incomodidad hasta que finalmente son liberados. Generalmente, los tics aumentan en situaciones de estrés, durante momentos de gran concentración y cuando se fija en ellos la atención de la persona que los padece, ya que al intentar inhibirlos se genera una gran tensión emocional que sólo se libera cuando se produce el tic. Ante actividades absorbentes que requieren concentración y atención selectiva en una tarea específica, que no generan ansiedad y en situaciones de calma y tranquilidad, suelen atenuarse, pero es probable que se manifiesten de forma brusca cuando ésta cede. Normalmente desaparecen durante el sueño.

Se consideran un trastorno psicológico sólo cuando se inician antes de los 18 años y se producen de forma frecuente, afectando de forma grave a la vida del niño o adolescente que los padece. Hay personas que tienen tics recurrentes, pero que no son considerados trastornos psicológicos, como les ocurre a algunos actores famosos, como a Tom Cruise, que no puede evitar señalar con el dedo; Hugh Grant, que  parpadea a gran velocidad cuando está nervioso; Leonardo di Caprio, que no puede evitar fruncir el ceño; Jack Nicholson, que suscribe todas sus emociones con movimientos de cejas; Paul Newman, que apoyaba constantemente sus manos en la cintura o Meryl Streep, que no puede dejar de mover constantemente sus manos, y que ha aprendido gran variedad de gestos para mantenerlas ocupadas. También le ocurría a Matt LeBlanc (Joey en Friends), que en la serie no conseguía dejar de mover sus brazos de forma exagerada.

Principalmente, hay tres tipos de trastornos de tics:

  • Trastornos de tics transitorios: Presencia de vocalizaciones y movimientos simples o múltiples que aparecen varias veces al día, casi cada día durante por lo menos cuatro semanas, pero no más de 12 meses consecutivos, causando un notable malestar o un deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo que lo padece.
  • Trastornos de tics motores o vocales crónicos: Tics de tipo motor o vocal, pero no ambos al mismo tiempo. Aparecen con la misma frecuencia que los transitorios, pero durante un periodo de tiempo de más de un año, sin un periodo libre de tics superior a tres meses consecutivos. Los tics motores se caracterizan por movimientos o contracciones musculares, mientras que los tics vocales son aquellos que ocasionan vocalizaciones, gritos, gruñidos o sonidos guturales.
  • Síndrome de Guilles de la Tourette o Trastorno de tics múltiples motores y fonatorios combinados: Es un trastorno neurológico que se caracteriza por la existencia de tics motores múltiples y tics vocales, de manera simultánes o no. Estos tics pueden acompañarse de palabras y frases inapropiadas. Aunque la causa fundamental es desconocida, algunas investigaciones sugieren que hay una anormalidad en los genes que hace que se afecte el metabolismo de los transmisores cerebrales como dopamina, serotonina, y noropinefrina.

Algunos personajes célebres que padecieron Sindrome de Guilles de la Tourette fueron Napoleón, Moliere, Pedro el Grande, Samuel Johnson,  Mozart (que además de sus tics motores, escribía garabatos, lo que se conoce como coprografia) y el escritor francés André Malraux.

El hecho de hacer terapia no permite detener los tics, pero un terapeuta puede ayudar a los niños y adolescentes a hablar sobre sus problemas, afrontar mejor el estrés y aprender técnicas de relajación.

Por su prevalencia, los tics pueden ser transitorios o crónicos. En general, la mitad de los casos de tics nerviosos, desaparecen solos durante la etapa adolescente. Las formas duraderas de esta disfunción, son las que normalmente están ligadas a conflictos familiares. No existe ningún tratamiento avalado por las pruebas para la eliminación de los tics, pero frecuentemente se recurre al tratamiento farmacológico, normalmente con haloperidol, y otros neurolépticos que disminuyen la frecuencia de los tics, disminuyendo la actividad de dopamina en el cerebro, o a la técnica de la inversión del hábito, consistente en sustituir el tic por otro hábito más deseable.


"El verdadero combate empieza cuando uno debe luchar contra una parte de sí mismo. Pero uno sólo se convierte en un hombre cuando supera estos combates.” André Malraux


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martes, 17 de abril de 2012

El cerebro de trastornos alimentarios

¿Cómo funciona el cerebro de las personas que padecen trastornos alimentarios?

Cuando comienza el buen tiempo, guardamos la ropa de abrigo y para muchas personas comienza la carrera por conseguir la forma física deseada para el verano. Es lo que coloquialmente llamamos “Operación biquini”. Es natural preocuparse algo más por el cuerpo cuando llega esta época, pero para las personas que sufren trastornos alimentarios como Anorexia Nerviosa o Bulimia Nerviosa, es un momento delicado en que se suele agravar el problema.


Tanto la Anorexia como la Bulimia Nerviosa, hacen que la persona que las padece esté obsesionada con su imagen corporal. La Anorexia Nerviosa se caracteriza por un descenso progresivo de la comida ingerida, acompañado de ejercicio físico excesivo y control de las calorías que ingiere y seguido de uso de elementos laxantes y diuréticos que ayuden a depurar lo que cree que es un cuerpo obeso por la distorsión que tiene de sí misma. La Bulimia Nerviosa comparte los síntomas iniciales, pero deriva en la inducción al vómito tras la ingesta. Normalmente, las personas que sufren trastornos alimentarios no se consideran enfermas.

Hay estudios que indican que hay diferencias de funcionamiento en el cerebro entre las personas que padecen trastornos alimentarios y las personas que no. Las personas con Anorexia o Bulimia presentan respuestas alteradas ante el placer y la recompensa y se preocupan más de lo normal por las consecuencias de sus acciones, por lo que son propensas a desarrollar comportamientos obsesivos que desembocan en el trastorno alimentario. El sistema de recompensa del cerebro está formado por varias estructuras que regulan y controlan el comportamiento y tienen como estimular la práctica de los hábitos necesarios para la supervivencia, como es este caso, comer. Cuando las personas realizamos una acción, este sistema produce una respuesta positiva o negativa, un refuerzo que determinará que repitamos o no ése acto. Las personas que no padecen el trastorno, cuentan con un patrón normal de activación del sistema de recompensa del cerebro, con diferencias marcadas entre una respuesta positiva y una respuesta negativa. Sin embargo, el sistema de recompensa cerebral de las personas que sufren estos trastornos no distingue entre ambos tipo de respuesta, lo que explica la dificultad que suelen presentar para experimentar el placer, como el disfrute de la comida.

Sin embargo, en otra región cerebral, el núcleo caudado, se observa el efecto contrario: El núcleo caudado se activa cuando es necesario establecer una estrategia para lograr un objetivo, sin embargo, en las personas con Anorexia o Bulimia la actividad es mayor de lo habitual ante situaciones que no requieren de planificación, por lo que se advierte en ellas una preocupación excesiva por cometer errores y por las consecuencias de sus actos.

Los estudios no permiten afirmar que estas diferencias estructurales sean causa del trastorno alimentario o se hayan producido como consecuencia del mismo, pero sí se ha observado que dichas diferencias en estas estructuras en las personas con trastornos alimentarios persisten toda la vida, por lo que es posible recuperarse, pero siempre serán más propensas a volver a sufrirlo que las personas con un patrón de activación del sistemas de recompensa que no esté alterado.


Las personas que padecen trastornos de la alimentación, suelen presentar daño en los neurotransmisores encargados de mantener la comunicación de las células cerebrales y cierta deficiencia en otra área cerebral, la ínsula anterior, situada en la profundidad de la superficie lateral del cerebro, entre los dos lóbulos. Es una corteza cerebral que detecta las necesidades del cuerpo, como el hambre, y contiene un conjunto de conexiones de distintas estructuras cerebrales en ambos hemisferios,  y está relacionada con las emociones, las sensaciones del propio cuerpo y la propia percepción. Como consecuencia, estas personas, generalmente mujeres, perciben la propia imagen de su cuerpo como distorsionada. Un daño grave en la ínsula, puede llevar a la persona afectada a incluso desconocer partes de su cuerpo.

Puede ocurrir, en algunos casos concretos, que la Anorexia nerviosa se produzca directamente por un fallo cerebral, como ocurre en el caso de un trastorno en la hipófisis que no permite que se libere la hormona responsable de que sintamos hambre, la grelina, por lo que la persona que lo padece no siente deseo de comer y por tanto, no come, o por una incapacidad del cerebro por la cual las neuronas no aceptan los nutrientes de la sangre, lo que conlleva como causa a una grave deficiencia cerebral.

Sea cual fuere la causa del trastorno alimentario, conviene visitar a un especialista que indique las pautas a seguir para su recuperación, que suelen combinar aspectos de nutrición con psicoterapia y en algunos casos fármacos que operan de manera similar a los antidepresivos. El apoyo familiar en estos casos es esencial para facilitar una posible recuperación. Curiosamente los rasgos de personalidad y de carácter de las personas con tendencia a padecer trastornos alimentarios como la Anorexia y la Bulimia, incluyen aspectos positivos como la atención al detalle, la preocupación por las consecuencias, el cumplimiento del deber y el enfoque al éxito, por lo que si estas cualidades se enfocan de manera adecuada, pueden ayudar a tener una vida plena y feliz.


"Llevar una dieta demasiado severa para guardar la salud es una enfermedad tediosa." François de La Rochefoucauld


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miércoles, 11 de abril de 2012

Las alergias del cerebro

¿Pueden las alergias comunes afectar a nuestro cerebro?


Entendemos como alergia a la reacción que se produce en nuestro organismo cuando éste es expuesto a  una sustancia agresora o alérgeno al mismo tiempo que nuestro sistema de defensas se encuentra debilitado. Con la llegada de la primavera,  los factores de riesgo ambientales comienzan a manifestarse de manera más pronunciada y por tanto aumenta la incidencia de alergias en algunas personas. Sin embargo, no todos los organismos reaccionamos igual cuando sufrimos una alergia, sino que los síntomas, la intensidad y las consecuencias varían de una persona a otra.

Cuando desarrollamos una alergia, los alérgenos estimulan los linfocitos, células del sistema inmunitario que fabrican sustancias químicas como la histamina, capaz de inflamar las mucosas y la piel, provocando los síntomas de la alergia. El posible experimentar reacciones que no impliquen la segregación de histamina, lo que denominamos sensibilidad o intolerancia, que tiene síntomas menos severos que los de una alergia. Los síntomas alérgicos típicos son las erupciones cutáneas y el exceso de mucosidad, aunque también suelen ser habituales los estornudos o el malestar estomacal. Si la reacción alérgica es grave se denomina anafilasis y puede implicar peligro de muerte.

Aunque gran parte de la medicina es escéptica al respecto, diversas teorías defienden que nuestro cerebro también puede verse afectado por alergias, en forma de respuesta del comportamiento a una alergia normalmente alimentaria y que puede darse ya sea con presencia de histamina o sin ella. Según estas teorías, los mismos alimentos que causan las alergias comunes, pueden afectar a los procesos químicos y hormonales de nuestro cerebro, produciendo así alergia cerebral y causando cambios en el comportamiento y variaciones en el humor, fatiga, ansiedad, dolor de cabeza, irritabilidad o incluso comportamiento maníaco y depresión. No es posible diagnosticar la alergia cerebral del mismo modo que los alérgenos comunes, con pruebas de reacciones en diferentes secciones de piel, por lo que el diagnóstico depende de los síntomas y suele ser más subjetivo. Las células gliales son estructuras que forman más de la mitad de la masa de nuestro cerebro y son capaces de activarse en determinadas circunstancias como parte del sistema inmune propio del encéfalo, remitiendo señales de comunicación entre ellas y produciendo respuesta inflamatoria, aumento de la circulación en el área y elevación de la temperatura. Esta inflamación localizada en el tejido cerebral es lo que responde a la alergia cerebral, que puede estar causada por alérgenos provenientes de proteínas de los alimentos, gases ambientales o componentes de cosméticos entre otros, y provoca síntomas tales como comportamientos extraños, cambios en el hábito sexual o alimenticio, exaltación del afecto, emociones fuera de lo común en la persona afectada y alteraciones de la percepción y el razonamiento.


Las investigaciones que avalan la relación entre una nutrición poco adecuada y la aparición de alergias cerebrales defienden que todo lo que ingerimos se expande por nuestro organismo desde el intestino, afectando a la función pulmonar, a la piel y finalmente al cerebro. La mala nutrición afecta a las glías, disminuyendo su número. Nuestro cerebro compensa este descenso de las glías ensanchando los ventrículos cerebrales hacia las áreas donde las células se han perdido. Los surcos de la corteza cerebral se hacen más profundos y en consecuencia algunas neuronas estabilizadas en el desarrollo se redistribuyen. Parece existir cierta conexión entre la intolerancia al gluten (enfermedad celíaca) y personas diagnosticadas con algunas enfermedades emocionales, como el autismo, la depresión y la esquizofrenia. Al eliminar el gluten de la dieta, los pacientes experimentaban mejoras en su patología. Así mismo, las personas con intolerancia al gluten que por no haber sido diagnosticadas, no lo han excluido de su dieta, pueden llegar a presentar síntomas similares a los de ciertos trastornos emocionales. Las grasas y aceites de nuestra dieta se transforman en parte de nuestras membranas celulares y hemato-encefálica, que pueden perder su eficiencia si no se realiza el aporte adecuado de lípidos, afectando a los mecanismos esenciales, como el estrés, hambre, sed, sueño, función reproductora y función inmune.

Para tratar las alergias del cerebro es necesaria la eliminación de nuestra dieta del alérgeno que las causa. Como no es posible localizarlo mediante pruebas de alergia convencionales, lo recomendable es dejar de ingerir los alimentos sospechosos por ser causa más común de alergia cerebral, como el trigo, la leche o los huevos y suplir su carencia vitamínica. Introducir dichos alimentos por separado de manera rotatoria ayuda a determinar cuál de ellos está causando los síntomas. Es por ello que los estudios que defienden la alimentación como principal causante de la alergia cerebral, consideran probado que aunque la alimentación no constituye el factor determinante en los trastornos emocionales, es algo a tener en cuenta que normalmente pasa desapercibido en este tipo de patologías y que si bien no es decisivo, recuperar buenos hábitos alimenticios puede ayudar en la recuperación mejorando el aprendizaje, la concentración o la coordinación.

Así pues, el medio ambiente es el factor principal en el desarrollo de las alergias comunes, pero el aumento del consumo de alimentos industrializados, la falta de ejercicio físico, la disminución de los hábitos de lactancia materna, que es fundamental para fortalecer el sistema inmunológico, o la obesidad, son factores que influyen en su incidencia y que pueden ser causa de alergia cerebral, provocando trastornos emocionales e incluso problemas psiquiátricos. Una dieta saludable ayuda a prevenir tanto las alergias comunes como la alergia cerebral fortaleciendo el sistema inmunológico, pero en caso de presencia de síntomas es necesario acudir al médico a realizarse tanto pruebas de alérgenos comunes para determinar qué elemento la está causando, como pruebas que diagnostiquen una posible alergia cerebral para tratarla de forma rápida y efectiva.


"La salud no lo es todo pero sin ella, todo lo demás es nada."  Arthur Schopenhauer


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lunes, 2 de abril de 2012

Cerebro y creencias

¿Cómo se forman en nosotros las creencias que nos acompañan en nuestra vida?

El término creencia se define como “la actitud mental que acepta una propuesta a la que le falta el completo conocimiento intelectual que es necesario para garantizar su exactitud y certeza”.

Todos tenemos la firme creencia de que mañana habrá un nuevo día y estaremos vivos para disfrutarlo. Sin embargo, no es algo que esté garantizado, sino una creencia que responde a nuestra experiencia y a la lógica de qué es lo que suele ocurrir. De esta forma elevamos nuestras creencias a categoría de saber, lo que nos permite prever nuestra vida en base a ellas, condicionando nuestro día a día y escogiendo caminos que creemos nos conducirán al fin que perseguimos. Creer en algo es una cualidad de nuestro cerebro humano que si aprovechamos bien puede sernos de mucha utilidad.

Nuestro cerebro está diseñado para generar creencias, es una de nuestras cualidades biológicas, forma parte de nuestra especie y nos diferencia del resto de animales, ya que requiere cierto grado de complejidad neuronal, capacidad de abstracción e inteligencia.  Los seres humanos poseemos estructuras cerebrales que facilitan la adquisición de estas creencias. El cerebro de un recién nacido dispone de una gran cantidad de neuronas y vías preparadas para la recepción de cualquier tipo de información sensorial, por lo que en base a nuestras propias vivencias o transmisión de conocimientos, se asientan las creencias, los valores éticos y las ideologías que vamos aceptando como propias y que pasan a formar parte de nuestros mecanismos neuronales. No se trata de un proceso consciente ni controlable, ya que nuestro cerebro en ése momento no es lo suficientemente maduro para rechazar las recepciones sensoriales. No es hasta los 7 años cuando tenemos la capacidad de razonar por nuestra cuenta para aceptar o eliminar lo que nos han inculcado. La herencia genética no es suficiente para el desarrollo neuronal si no se completa con las recepciones sensoriales y de información que recibimos del exterior. La experiencia personal modifica nuestras estructuras neuronales y es necesaria para la creación de nuestro sistema referencial individual, que es probable que se almacene en el sistema límbico y que es necesario para descodificar la información proveniente del exterior y que llega al cerebro en forma de señal eléctrica a través de nuestros receptores sensoriales.

Además de estar programado para generar estas creencias, nuestro cerebro parecer estar programado para rechazar las dudas, por lo que tiende a formular hipótesis para despejarlas y llegar a una certeza, que puede ser lógica o absurda, pero que nos aleja de la incertidumbre que la duda nos plantea. Es por ello que una mentira justificada a través de la lógica que despeje una duda en nosotros, es probable que nuestro cerebro la llegue a considerar como una verdad. Salvando las distancias, tan irracional es creer en Dios como creer en fantasmas, o creer en milagros, como en hechizos y encantamientos, ya que no existen evidencias de ninguno de ellos, pero al posicionarnos sobre ello tomando la decisión de creer o no creer basándonos en razonamientos que consideramos lógicos, despejamos la duda que en nuestro cerebro crea la falta de certeza, y asentamos la base de nuestro saber.

No sólo podemos hablar de creencias individuales a través de las experiencias, sino que una gran parte de las creencias de las personas tienen un importante factor social. Las creencias personales varían en función de la sociedad en que nos encontremos y con el tiempo y las experiencias que vivimos las convertimos en propias o desechamos por no considerarlas ciertas. Las creencias que más arraigo tienen en nosotros son aquellas que defienden la inmortalidad de nuestra alma, independientemente de la religión que profesemos, ya que nos resulta satisfactorio pensar que con la muerte no terminará todo y que en la sociedad en que vivimos, no cuestionan nuestras creencias, sino que las comparten. Quizá por ello exista lucha entre religiones, que eluden el principio que todas ellas comparten y se centran en las diferencias, cuestionando las creencias del resto y aceptando como única verdad la suya propia compartida por la sociedad en que viven y que realiza liturgias y diferentes ritos para reforzarla.

Hay creencias en factores sobrenaturales en todas las épocas y culturas a lo largo de la historia del ser humano. Todas las religiones tienen ciertos rasgos comunes, basados en un Ser Supremo inmortal creador del Universo y todo lo que éste contiene, incluyendo al hombre. Incluso científicos que se consideran no creyentes por la falta de evidencia empírica, aceptan creencias sobrenaturales al suponer la existencia de percepciones extrasensoriales o facultades psíquicas de las que no existen elementos probatorios. Pese a la creencia prácticamente universal de la existencia de una faceta espiritual en las personas, el estudio científico del cerebro no revela la existencia del alma ni del espíritu. A través del estudio de la morfología y la fisiología cerebral no es posible conocer la información del interior de nuestro cerebro. Sin embargo, incluso en lugares con ausencia de contactos culturales, la gran mayoría de la humanidad cree en fuerzas y seres sobrenaturales, de lo que se deduce que la predisposición a este tipo de creencias debe provenir de nuestra biología, por la estructuración y funcionamiento neuronal. La unidad psicofísica del individuo se basa en que tanto los códigos como los significados de lo que percibimos son entes no materiales que necesitan un soporte material. Todo nuestro sistema de creencias representa un contenido no material, codificado, que puede ser comunicado y persistir aún cuando el portador material del cuerpo desaparezca. Este aspecto parece apoyar la existencia de fenómenos no materiales a los que podemos asignar un rango espiritual. El hecho de asociarlo o no a un sentido teológico depende de nuestra procedencia cultural y las creencias que nos hayan inculcado asociadas a ella.

Si partimos entonces de la base de que nuestras creencias están en cierto modo asentadas en una base biológica y que dependen de procesos y estructuras cerebrales, es posible pensar que las diferencias individuales en la asiduidad con la que cada persona utiliza las estructuras responsables de la adquisición de creencias, produzca alteraciones en el funcionamiento normal de dichas estructuras en los casos de falta de uso y quizá por ello haya personas a las que les resulta más difícil tener un sistema asentado de creencias.


“Para que el que cree no es necesaria ninguna explicación: para el que no cree toda explicación sobra” Franz Werfel  (1890-1945) Novelista, poeta y dramaturgo austriaco. 


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