martes, 27 de marzo de 2012

Cerebro y memoria

¿Qué procesos cerebrales interviene para que podamos recordar?



La memoria es la capacidad mental que nos permite almacenar información y recuperarla. Consiste en una serie de sistemas interconectados dedicados al almacenamiento con la intención de recuperar lo almacenada en un momento u otro.

En el cerebro no hay un lugar único dedicado al almacenamiento de la memoria, sino que está localizada en diferentes regiones especializadas:




  • Cortex Temporal: Almacena en algunas regiones los recuerdos de nuestra infancia.
  • Córtez Parieto-Temporal: Almacena el significado de las palabras que vamos aprendiendo.
  • Lóbulos Frontales: Organizan la percepción y el pensamiento.
  • Cerebelo: Almacena los automatismos necesarios en nuestro día a día.

Para que recordemos algo, es necesario que nuestro cerebro realice conexiones sinápticas entre neuronas de manera repetitiva, creando así redes neuronales que se activan ante acontecimientos vividos con anterioridad. Es por ello que para que la memoria se active, es necesario que haya ocurrido un aprendizaje, lo que ha llevado a ambos términos a aparecer relacionados en la gran mayoría de estudios que se realizan sobre el tema.

Hay varias clasificaciones posibles de la memoria, en función de diferentes criterios. La clasificación principal de los tipos de memoria suele hacerse en función de la duración de los hechos recordados, mediante la cual distinguimos entre:

  • Memoria inmediata: Consiste en la capacidad de recordar una experiencia durante algunos segundos. Por ejemplo, recordar durante un instante un número de teléfono que nos han dicho, hasta marcarlo.
  • Memoria a corto plazo: Es la memoria de cosas que acabamos de realizar o de aprender y, como su nombre indica, es de corta duración. Se da como consecuencia de la simple excitación de la sinapsis para reforzarla o sensibilizarla de manera transitoria. Un ejemplo de memoria a corto plazo sería recordar la comida que hemos realizado a medio día.
  • Memoria a largo plazo: Permanece en nosotros durante largos periodos de tiempo, desde semanas, hasta meses e incluso toda nuestra vida. Se da como consecuencia del refuerzo permanente de la sinapsis neuronal por la síntesis de algunas proteínas. Un ejemplo de memoria a largo plazo sería recordar las vacaciones del año anterior.

El Hipocampo es la zona de la Corteza Cerebral encargada de transferir la información entre la memoria a corto plazo y la memoria a largo plazo y así consolidarla.
En función de cuáles son los hechos recordados, también podemos distinguir entre varios tipos de memoria:

  • Memoria implícita o de procedimiento: Es la encargada de recordar sensaciones o habilidades de un modo inconsciente. Por ejemplo, un perfume, cómo atarse los cordones de los zapatos o todo procedimiento que se automatice y no sea necesario ejecutar de forma consciente.
  • Memoria explícita o declarativa: Es la que nos permite recordar mediante un esfuerzo consciente, cosas, hechos, lugares, personas… En función de qué es lo que queremos recordar, la memoria explícita puede dividirse en :

  1. Memoria episódica: Recuerda las experiencias personales, los acontecimientos y las situaciones que hemos vivido.
  2. Memoria semántica: Es la que nos  hace recordar los conocimientos adquiridos.



Podemos recordar mediante nuestros diferentes sentidos. Es lo que se conoce como memoria sensorial. Aunque tiene una gran capacidad de procesamiento de datos, es muy breve, tan sólo dura unos segundos y en función del sentido a través del cual percibamos da lugar a la memoria visual, auditiva, sensorial, olfativa (la más poderosa) o gustativa. Cada sentido cuenta con su propio almacén para registrar estímulo y consolidarlos en memoria a corto plazo si fuera necesario. De entre los diferentes tipos de memoria sensorial, la memoria olfativa es la más eficaz. Pese a que las neuronas olfatorias sólo sobreviven 60 días y después son reemplazadas por células nuevas, la memoria olfativa sobrevive porque los axones de las neuronas nuevas que reemplazan a las que mueren, expresan el mismo receptor y siempre van al mismo lugar. Como ocurre con el resto de las memorias sensoriales, la información acerca de los olores en este caso, llegan desde el bulbo olfatorio hasta la corteza olfatoria, donde se procesa y se vincula a un comportamiento determinado.

Un cerebro adulto medio tiene unos 100.000 millones de neuronas y unos 100 billones de interconexiones sinápticas entre ellas. Aunque no es posible estimar la capacidad real de la memoria humana, se calcula que somos capaces de almacenar entre 1 y 10 terabytes. Con la edad, la memoria a corto plazo se va debilitando, pero no es una consecuencia directa del paso del tiempo, sino de la reducción del número de conexiones interneuronales, que se atrofian por la falta de uso. Por tanto, debemos dedicar un tiempo cada día a ejercitar nuestra memoria, porque está en nuestras manos aprovechar todo su potencial.


“Gracias a la memoria se da en los hombres lo que se llama experiencia” Aristóteles,  Filósofo griego. 

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miércoles, 21 de marzo de 2012

Cerebro y Nostalgia

¿Por qué sentimos nostalgia de tiempos pasados?

La palabra nostalgia proviene del griego, de una combinación de las voces de “regreso” y “dolor”, pero describe sin embargo un sentimiento positivo por una situación, un momento o una etapa de nuestra vida que ya ha pasado. Hasta comienzos del siglo XX, se consideraba un desorden psiquiátrico, un trastorno de ánimo ligado a la depresión, hasta que los científicos descubrieron y probaron que no es más que un mecanismo del cerebro que nos permite enfrentarnos a momentos difíciles de nuestra vida. A pesar de que la nostalgia se considera ligada con mayor frecuencia a la vejez, todas las personas acudimos a ella en algún momento, ya que tiene la función fundamental de restablecer nuestro ánimo a nivel cerebral. En la actualidad sabemos que no se trata por tanto de una enfermedad, sino de un sentimiento normal que todos podemos atravesar en un momento dado. No se trata de una casualidad que sintamos nostalgia en momentos de tristeza y nos vengan a la mente recuerdos del pasado de manera continua, como una película de nuestra vida. La capacidad para evocar el pasado nos transporta a nivel emocional a situaciones o etapas en que fuimos felices, para contrarrestar los momentos de desánimo, como si se tratara de un salvavidas emocional. Es por ello que tenemos la tendencia natural de almacenar recuerdos de nuestras diferentes etapas, sobretodo de los momentos que representan cambios o transiciones importantes en nuestra vida.

Se han realizado estudios mediante captación de imágenes del cerebro que demuestran que no sólo se libera dopamina al vivir situaciones que nos hacen felices, sino que también liberamos dopamina al acceder a los recuerdos de dichas situaciones. Esto explica por qué  se considera la nostalgia como un sentimiento positivo ante situaciones de tristeza y el poder que tiene para restablecer nuestro equilibrio emocional.

La nostalgia se expresa de diferentes formas en cada persona, por lo que se han realizado estudios sobre qué episodios marcan nuestras vidas y nos hacen recurrir a ellos en futuras etapas, y en qué orden les otorgamos importancia en cuanto al bienestar que representan para nosotros. El resultado de estos estudios determina que, en orden de más a menos, los episodios que consideramos más relevantes en nuestras vidas son los relacionados con:

  1. La familia
  2. La falta de preocupaciones
  3. Los lugares
  4. La música
  5. El recuerdo de un amor
  6. Las amistades
  7. Los juguetes de la infancia
  8. Los programas antiguos de televisión
  9. Las películas
  10. La casa familiar


Actualmente, gracias a las nuevas tecnologías y a Internet, es más sencillo guardar los recuerdos de la juventud. De hecho, estudios revelan que la generación de adultos actual entre 28 y 40 años mantiene vivos sus recuerdos como ninguna otra generación hasta ahora.

Hay personas que tratan de evitar la nostalgia por sentir que les priva de la alegría del día a día que la sociedad considera como “felicidad”. Es cierto que muchos jóvenes señalan que recuren a la nostalgia cuando se sienten aislados o desconectados de su entorno, pero los niveles altos de nostalgia no están relacionados con insatisfacción ni infelicidad en el presente, sino sólo con la opinión de que todo tiempo pasado fue mejor. En nuestra vida cotidiana estamos sometidos a presiones continuas, por lo que recordar un pasado donde no existían esas presiones es un recuerdo feliz que nos hace sentir bien.

Nuestra mente modifica los mecanismos de actuación en las diferentes etapas por las que pasamos en nuestra vida. Durante la juventud, nuestra memoria se encuentra en perfectas condiciones, ya que es la etapa en la que aprendemos cuáles son las cosas que nos causan dolor o sufrimiento y debemos recordarlas para así poder evitar repetirlas en un futuro. Sin embargo, cuando envejecemos, ya sabemos qué situaciones debemos evitar para preservar nuestro bienestar, y por tanto el recuerdo de momentos emocionalmente negativos deja de cumplir su función adaptativa. Mantenemos la idea de lo que debemos desechar, pero el recuerdo de por qué se asentó esta idea se evita. De esta forma, las personas mayores han aprendido a lo largo de su vida a no dejarse influir tanto por la información negativa del entorno para así mantener su bienestar y su buen estado emocional. Así, la memoria se debilita con los años, dejando de lado la precisión de nuestros recuerdos y evitar así las emociones negativas. A ello se une la capacidad de nuestro cerebro de hacer que recordemos con más detalle las situaciones positivas que las negativas, debilitando los malos recuerdos e idealizando los recuerdos positivos, actuando así como una especie de filtro que nos protege.

De esta forma, pese a la tendencia histórica de relacionar tanto la tristeza, el duelo o la nostalgia con desórdenes del estado de ánimo, ahora sabemos que se trata de emociones que cumplen una función en nuestro organismo: Recuerdan y repasan los errores del pasado para no cometerlos de nuevo y reviven nuestros aciertos y logros para repetirlos en el futuro.


“La nostalgia ya no es lo que era”. Peter de Vries, novelista estadounidense.


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lunes, 12 de marzo de 2012

Cerebro y Fobias: Ligirofobia

¿Qué ocurre en el cerebro cuando padecemos una fobia como la Ligirofobia?


El miedo es un mecanismo de defensa natural que prepara a nuestro cuerpo para enfrentarse a un peligro. En un momento u otro todas las personas podemos tener miedo ante un determinado estímulo. Sin embargo, hay ocasiones en las que el miedo que sentimos es algo irracional, excesivo, intenso, incontrolable y persistente a objetos o situaciones claramente discernibles, que no tiene un origen necesariamente definido y que afecta a nuestra vida cotidiana. Es entonces cuando hablamos de fobia.

Hay diferentes tipos de fobia y en función de lo cotidiano que sea el objeto o circunstancia que la provoca, puede interferir o no en nuestro día a día. Un ejemplo de fobia que es llevadera durante el año, pero que en determinadas épocas se convierte en una tortura para quien la padece es la ligirofobia, miedo irracional a los ruidos fuertes y repentinos, como explosiones. Quien la padece, no soporta el ruido de los petardos o incluso el estallido de un globo, y normalmente pueden hacer vida normal porque la situación que la provoca no es algo habitual. Pero en las épocas en que estos estímulos están presentes, como ocurre en el caso de las Fallas de Valencia, las personas que la padecen experimentan un temor constante ante la posibilidad de encontrarse en la situación que les produce un miedo irracional.

El cerebro cuenta con un mecanismo que desata el miedo y regula las emociones de lucha/huida y la evitación del dolor para conservación del individuo, el Sistema Límbico. Este sistema, revisa, mediante la Amígdala Cerebral, toda la información que recibimos a través de nuestros sentidos y controla las emociones básicas como el miedo, localizando también la fuente del peligro. Al activarse la Amígdala, se activa la sensación de miedo y ansiedad, produciendo una respuesta de huida o pelea. En el caso de las fobias, en función de la historia personal de cada persona, se han podido producir momentos en que la parte más instintiva de nuestro cerebro percibiera un peligro y éste quedara fijado, reactivándose en el futuro ante situaciones similares. Puede que ciertas fijaciones sean útiles para nuestra conservación, pero en muchos casos no lo son, y no se pueden explicar mediante la lógica, ya que no se corresponden con un pensamiento racional, sino que han quedado fijadas por haber vivido en algún momento cualquier situación que desbordó nuestra capacidad de actuación y que no supimos procesar adecuadamente. Nuestro cerebro, para protegernos de repetir la experiencia en un futuro fijó una clave a ése miedo para que en un futuro se activara. Cada vez que nos encontramos ante situaciones similares o simplemente pensamos en ellas, nuestra Amígdala vuelve a activarse, haciendo que la fobia se mantenga o incluso se haga más intensa y suponiendo un gasto energético enorme ante situaciones que en principio son cotidianas, provocando una sensación de angustia e impotencia. Es posible que no recordemos la experiencia que marcó el origen de la fobia, pero nuestro cerebro sí la recuerda y la tiene bloqueada en el hemisferio derecho, en lugar de pasarla al hemisferio izquierdo con el resto de la información procesada.


Cuando una persona que padece ligirofobia se enfrenta a la explosión de un petardo, su cerebro ordena la producción de adrenalina que ayudará en el desplazamiento motor para la huida y segrega cortisol, la hormona del estrés. A su vez, se producen cambios fisiológicos tales como el bloqueo de toda actividad no esencial, incremento del metabolismo celular y la actividad cerebral, aumento de la presión arterial o aumento de la glucosa en sangre. El corazón bombea sangre a gran velocidad para transportar hormonas como la adrenalina a las células y fluye hacia los músculos necesarios para la huída. Se agrandan los ojos para mejorar la visión y se dilatan las pupilas.

Hay estudios que avalan la mediación en la amígdala de la vasopresina, u hormona antidiurética, en la sensación de algunos tipos de miedo social. Partiendo de esta base, antagonistas de esta hormona pueden bloquear estos tipos específicos de miedo, pero no se pueden comercializar dada la misión biológica que el miedo tiene en nuestro organismo.

Tanto la ligirofobia como el resto de fobias, se pueden superar con el tratamiento adecuado. Para estos casos, lo que resulta más efectivo son los tratamiento cognitivos, ya que están basados en el pensamiento, que al ser el causante de la fobia, también puede solucionarla. Si la fobia es persistente, es aconsejable la ayuda de un profesional, que mediante terapia indicará los pasos a seguir. Algunas de las técnicas de terapia que suelen tener efectividad a la hora de combatir fobias como la ligirofobia son:

  • Información sobre la naturaleza de las fobias y explicación de la relación entre pensamiento, emoción y acción: Es necesario comprender cómo actúa nuestro cerebro ante este estímulo para trabajar en la forma de combatirla.
  • Identificación de procedimientos contraproducentes para su eliminación por no contribuir a la solución, sino a que el problema se mantenga: Normalmente quien padece ligirofobia tiende a huir de los estímulos que la provocan, como los petardos, haciendo que la amígdala se continúe activando ante las mismas situaciones.
  • Control de la respiración en situación de relajación, para poder ponerla en práctica en el momento de la presentación de las explosiones, estímulo que causa la fobia.
  • Exposición controlada y progresiva a explosiones, situación que provoca la fobia.
  • Desensibilización Sistemática: Combinar técnicas de relajación con la exposición gradual al estímulo fóbico. En función del grado de la fobia, podemos comenzar porasistir a una distancia muy prudencial a explosiones controladas de las que el paciente tenga constancia.
  • Medicación: Si la fobia es simple, se desaconseja el uso de fármacos. Si no es así y va unida a ansiedad persistente o incluso a depresión, el tratamiento debe estar SIEMPRE supervisado por un profesional.


Hay diversas técnicas que pueden paliar y eliminar la ligirofobia y el resto de las conductas fóbicas, pero si una fobia limita la vida de una persona lo mejor que puede hacer es buscar la ayuda profesional de un psicólogo.


“El miedo está siempre dispuesto a ver las cosas peores de lo que son.” Tito Livio, historiador romano.



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miércoles, 7 de marzo de 2012

Mecanismos cerebrales del habla

¿Cuáles son los mecanismos cerebrales de la producción y comprensión del habla?


Las conductas verbales constituyen una de las formas más importantes de la conducta social humana. El lenguaje es una función cerebral altamente compleja que surge por la interacción entre el desarrollo biológico del cerebro y el medio social. El cerebro humano tiene la particularidad de estar dividido en dos hemisferios que funcionan de manera distinta en lo que se refiere al procesamiento del lenguaje, ya que se trata de una conducta lateralizada, es decir, se sitúa de manera dominante en un lado del cerebro, el izquierdo, pero el hemisferio derecho también participa en el proceso.

La ciencia que estudia las estructuras del cerebro que permiten procesar y comprender una lengua se llama Neurolingüística. Gracias a ella se han podido diferenciar, mediante diferentes técnicas, cuáles son los procesos cerebrales implicados en el habla que sugieren una base fisiológica cerebral que ha propiciado la especialización del hemisferio izquierdo del cerebro en la decodificación y la producción de la palabra. La corteza auditiva del lóbulo temporal izquierdo criba la información auditiva más rápidamente que la corteza auditiva del lado derecho, por lo que resulta más sensible a las variaciones rápidas de la palabra, permitiéndole distinguir los diferentes sonidos del lenguaje. La corteza derecha es menos sensible a estos sonidos, pero más sensible a la prosodia, es decir, a las regularidades acústicas de la voz y a las variaciones lentas de la palabra, importantes para reconocer al interlocutor y la entonación de las diferentes conversaciones. Para hablar, es necesario tener algo que decir y aunque el hemisferio izquierdo produce el habla, es el hemisferio derecho el que parece organizar tanto la narración y la selección de lo que hablamos, como el ritmo y el énfasis en cada palabra.

Pese a esta implicación de ambos hemisferios en el lenguaje, en la historia de la investigación en Neurolingüística, se han establecido dos áreas esenciales en el procesamiento del habla, ambas en el hemisferio izquierdo:

  • Área de Broca: Es la sección del cerebro situada en la parte inferior del lóbulo frontal izquierdo y está involucrada en la producción del habla, el procesamiento del lenguaje y la comprensión.
  • Área de Wernicke: Es la sección del cerebro situada en la región posterior del lóbulo temporal izquierdo y está asociada a la comprensión del lenguaje, encargándose de la descodificación de la información auditiva del lenguaje.


Un trauma o lesión cerebral en alguna de las zonas implicadas en el habla tras la adquisición del lenguaje, produce trastornos tanto en la producción del lenguaje como en su comprensión. Estos trastornos reciben el nombre de afasias y las más comunes son:





  • Afasia global : Es la afasia más grave. Ocurre cuando la lesión o daño producido al cerebro es muy extenso y hay una destrucción masiva de las zonas del lenguaje. Esta afasia impide tanto la producción del lenguaje como su comprensión, que se limita a órdenes muy simples, de duración muy corta y fácilmente previsibles en un momento y contexto determinado.
  • Afasia de Broca: Se produce por una lesión en el área de Broca y se caracteriza por alterar la capacidad de hablar, produciendo un habla lenta, laboriosa y poco fluida, aunque con significado. Produce también deformaciones en sonidos, inhabilidad para repetir secuencias comunes como los números o los días de la semana, dificultad para encontrar la palabra apropiada, errores sintácticos y dificultad en el uso de palabras funcionales como las preposiciones o los artículos. Con una lesión en esta zona, la producción del lenguaje es inferior a su compresión, aunque ésta también se ve alterada cuando las frases son complejas.
  • Afasia de Wernicke: Se produce por una lesión en el área de Wernicke y se caracteriza por una fluidez normal en el habla pero con alteraciones del contenido semántico. Aparecen dificultades a la hora de nombrar las cosas, con repetición y sustitución de palabras por otras similares fonéticamente, aunque con diferente significado. La persona afectada inventa palabras o frases y reitera la información, aunque no reconoce que está cometiendo errores. Produce también dificultad en la comprensión.
  • Afasia anómica: Conserva la comprensión del lenguaje oral y se caracteriza por la anomia, es decir, la inhabilidad de encontrar palabras para identificar o designar cosas o para expresar ideas y conceptos de manera fluida.

Es posible que alguna vez se produzcan daños, no en un área en sí, sino en la conexión entre las áreas de Wernicke y Broca, lo que provoca la denominada afasia de conducción. Esta afasia se caracteriza por una comprensión y producción bastante buena del lenguaje, pero con la imposibilidad de repetir algo tras escucharlo.

Por tanto, concluimos que en el cerebro, el procesamiento del lenguaje se produce en áreas interrelacionadas que trabajan de forma coordinada para la emisión, la comprensión y la integración de mensajes lingüísticos y que es necesario el correcto funcionamiento de las complejas estructuras que lo regulan, así como de sus conexiones, para poder llevar a cabo el comportamiento que más nos diferencia de los animales, el lenguaje verbal.


“Actualmente, el destino del mundo depende, en primer lugar, de los estadistas y, en segundo lugar, de los intérpretes”. Trygve Halvdan Lie (Político)

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